Mi primera vez escribiendo…y salió esto
Ana recuerda, ahora, fugaz … instantes de su vida junto a una de las personas que más ha querido, momentos en los que junto a su acompañante seguían las pisadas, ya marcadas en la playa por otros transeúntes, y la brisa le movía el pelo, tapándole mitad de su cara y una sonrisa permanente.
Caricias de ternura, de piel con piel, deslizando sus manos por lugares prohibidos, y no tan prohibidos.
El primer beso, lleno de miedos, que se disiparon en cuanto sus labios se rozaron.
Ahora, arrodillada, su cara es cuadro de las playas de Galicia, de la misma, se deslizan pequeñas gotas negras a causa del rimel… ruedan y ruedan hasta romperse en el ocaso de sus pensamientos.
Se limpia, con un suave movimiento que aleja toda esperanza de vida… de su existencia…
Su mirada perdida se aleja cada vez más de la realidad; ya no siente, no puede expresarse con palabras, no sabe quién es, qué hace, si existe o es todo un mal sueño del que… su acompañante, la despertara con un dulce beso que le hará sentirse inmune a todo.
No dejan de brotarle de sus ojos verdes, las lágrimas que intentan ahogar todo el dolor que ahora, es más grande que ella. Se desploma en el suelo, todo le cae encima, no le importa; su largo pelo negro se abre como un abanico secándole el río que emerge de sus ojos.
Una suave caricia la despierta del sueño profundo. Es la caricia de una gota del 15 de abril que le hace tocar suavemente el filo de la realidad.
Mira a su alrededor sin ver nada. Otra gota cae en su mano besando el borde del anillo que tanto significa para ella y su acompañante.
Sin darse cuenta se levanta a duras penas y camina vagando por los grises prados del cementerio. Camina y camina, sin dirigirse a ninguna parte, se deja llevar empujada por los torpes pasos que sus pies le proporcionan.
De pronto, se para, y nota que su cuerpo se desgarra por un sentimiento que la invade, se estremece.
El fúnebre velo de un recuerdo… el día en que se conocieron, el lugar que ahora ante sus ojos se muestra oscuro y vacío.
Fue la noche de Halloween. Ana, no tenía ganas de salir, pero sus amigos la animaron, así que se disfrazó con lo primero que vio en el armario, y fue donde todos habían quedado, al cementerio, un rincón escondido donde había un panteón que, al parecer, por su estado, nadie se preocupaba por él.
Entonces, llegó un grupo de chicos y chicas, todos con unos disfraces que en un concurso, seguro quedarían primeros. Se los presentaron, pero hubo uno de ellos que le llamó curiosamente la atención, era un regalo, una caja azul con un enorme lazo de tono más fuerte. Le hizo gracia porque tropezaba con todo el mundo, y su manera de disculparse era regalando una rosa roja que sacaba con una habilidad increíble de alguna parte de su cuerpo. Una vez llegó a encontrarse con Ana, el regalo se paró de inmediato.
Ella, con una gran sonrisa, le dijo: “ llevas un disfraz muy original, veo normal que choques con todo el mundo, ya que no puedes ver con esa cosa”, dijo alegremente.
El regalo, sacó otra rosa, pero ,esta vez, no era roja, sino blanca, Ana, girando la cabeza levemente hacia un lado y con una sonrisa picarona, le preguntó esperando una respuesta inmediata que por qué la suya era blanca, y la de las demás, no.
El regalo, sin decir ni una sola palabra, movió un dedo indicándole que lo siguiese, ella decidió seguirle el juego, no tenía nada que perder.
Se pararon no muy lejos de donde se habían encontrado, aunque nadie los podía ver.
Era un sitio que Ana no había visto nunca, daba a la ciudad, de forma que se veían todas las luces a lo lejos como si de un desfile de antorchas se tratase. Se sentaron, y el regalo sacó una nota de uno de los agujeros que tenia la caja, se la dio a Ana, que lo miro con cara desconcertada, y la leyó:
“¿Qué tal, Ana?, se que ahora no sabes quién soy, pues mi disfraz no te deja ver mi cara, pero me conoces, aunque no todo lo que me gustaría. Hace tiempo que… TE QUIERO, sí, te quiero, sé que te sorprenderá y parecerá precipitado, pero así es. Quizás cuando termine la noche te deje ver quién soy, pero ahora no puedo, así que te propongo un juego, yo no puedo hablar, solo gesticular, y si te aburres o te sientes incómoda, te puedes ir cuando quieras, ¿vale?”
Ana, sorprendidísima por aquella misteriosa persona, y atrapada por algo que no sabia muy bien qué era, aceptó, convencida de que no se aburriría, dobló cuidadosamente la nota, y se la guardó.
Fue una noche maravillosa, en la que no hicieron falta las palabras; cada gesto, cada letra, dibujada en la arena, cada vez que sus manos sin querer o queriendo, se rozaban… Un largo escalofrío recorría ambos cuerpos. Lo que Ana sentía eran cientos de mariposas por su estómago, nunca había sentido nada tan fuerte por nadie, menos aún por alguien de quien no conocía el rostro, sentía que, a su lado, todos los problemas desaparecerían, todos.
No quería que la noche acabase, por una parte, porque estaba como nunca se había encontrado con nadie, muy a gusto, y por otra parte, quería que la noche llegase a su fin
Para así ver el rostro del simpático regalo.
Finalmente, llegó a su fin, cuando se levantaron, y Ana vio que el simpático regalo no tenia intención de desenmascararse, le cogió la mano con mucho cariño, la agarró bien, y se acercó:
“por favor, dime quién eres”, le dijo con inquietud y sin dejar de agarrar su mano, que cada vez apretaba más fuerte. El regalo, dejó de ser regalo en pocos minutos.
Ana, perpleja por la imagen que ante ella se mostraba, no pudo decir palabra, no podía salir de su asombro. Nunca habría imaginado que sería esa persona, pero lo que le hacía sentir n lo había sentido nunca por nadie. Cuando, de pronto, esta persona, hizo un gesto con los labios para dar una explicación, o romper el hielo, miró sus ojos que brillaban como dos luciérnagas en mitad de la oscuridad.
Ana, instintivamente, guiada por su corazón, le selló los labios con los suyos, enterrando todo tipo de prejuicios.
Esa fue la noche en la que Ana descubrió que en el amor no hay barreras…
Ahora… escucha en su mente las palabras que dictó su corazón, susurrándoselas a su acompañante cuando éste se quitó el disfraz:
“ Y si nos dejasen..
Y si no me importase nada..
Y si no nos miraran, pero nada de esto va a pasar, si te quiero tocar “ellos” van a estar para evitarlo.
Sólo puedo dibujarte con una sola mirada, rápida, rozarte sin que nadie piense mal y acierte.
Y esperar a que no aguantes más y me abraces, porque sabes que yo no lo haré”
Recuerda que se lo dijo sin dejar de clavarle su mirada de forma que el mensaje le llegase al corazón, y nunca lo olvidase.
Y ahora está aquí, de nuevo, en el mismo lugar, mojada por la lluvia cada vez más intensa que parece que con rabia quieres apagar esos recuerdos llenos de melancolía.
A pesar de ir vestida, se siente desnuda ante el mundo, insignificante, débil, sola… muerta.
Se ha ido quien le enseñó a hablar con el corazón, de no tener miedo de expresar y comunicar sus sentimientos, con quien hizo planes y promesas, con quien vivió miedos y ternura.
Ana decidió irse de allí, volvió donde reposaba su acompañante, el de la playa, el regalo gracioso, y simpático… su novia, Elena.
Se quitó el anillo, leyó con un susurro la inscripción que el viento se llevó arrastrando lentamente:
“ Ana y Elena 18-09-2000” – hizo un pequeño hoyo al lado del lecho, y lo enterró.
Se levantó sin dejar de mirar lo que había escrito en el lecho” tus familiares nunca te olvidarán”, y se alejó dejando el corazón porque en ese momento dejó de latir.